20080618

Las gafas de Phillis

Aquella tarde de mayo Phillis odió sus gafas con toda la fuerza que le permitían sus veintiséis años, y se dejó ser de nuevo una adolescente; cuando más se había enfurecido por la inseguridad de un cuerpo que todavía no le pertenecía y que pensó que odiaría siempre, toda la vida, y la Eternidad Entera de Toda la Humanidad. Demasiado alta y demasiado delgada. Tetas diminutas y las piernas largas y rectas, como una tarea escolar. De nada habían servido las conversaciones con el clérigo, ni con su madre, que intentaban en vano que comprendiera los cambios a que se veía sometida, injustamente y sin sorpresa; sin derecho a indemnizaciones.
Aquella tarde odió sus gafas con todas sus fuerzas y maldijo a su abuela materna, portadora del gen de una miopía que se había cruzado en su camino con el único objeto de hacerle la vida decididamente imposible.

Cuando este sentimiento le invadía en su primera juventud, corría escaleras arriba y se refugiaba en el cuarto de los trastos como si estuviera hecho para ella y su desgracia y allí pasaba horas y horas y amasaba allí su desazón. Igual que en aquella tarde de mayo, en que Del le había confesado su interés por otras mujeres, y juntas habían repasado la lista de conocidas y amigas comunes, puntuando a cada una, con su juicio de expertas entre risas; compartiendo su secreto. Un secreto que se tornó amargo cuando Phillis comprobó que Ella no estaba en la lista de chicas favoritas de Del. Desde el primer momento supo que se trataba de sus horribles gafas, detrás de las que se escondían sus diminutos ojos azules de americana eternamente alerta.

Por eso corrió desde Yerba Buena Garden conteniendo las lágrimas, tras despedirse de su enamorada hasta su apartamento en el número 16 de Misison Street, y allí se hizo un ovillo en la cama. Echando de menos el cuarto de los trastos de sus catorce años tan intensamente que pensó que no podría seguir adelante.

Ese mismo año, el Día de la Independencia americana, ambas celebraron la fiesta por todo lo alto. Compraron sendos trajes idénticos para el baile al que finalmente no acudieron. No fue necesario. En casa de Phillis, componiendo cada una su mejor imagen, ante el espejo, arreglando sus peinados, decidiendo los zapatos que rematarían el vestido, ensayando pasos de baile, dejaron correr los compases mientras se regalaban un beso profundo y deseado, que iba a durar los siguientes cincuenta y cinco años.

Desde ayer, 18 de mayo de 2008, Del y Phillis, tendrán algo más que celebrar juntas. Una razón nueva para sentir que la vida es un regalo. Ellas han sido las primeras esposas en contraer matrimonio en el estado de California. Ahora tendrán la foto que adjunto en algún lugar privilegiado en casa. Lo mejor de todo es que desde entonces, y al menos hasta el día de ayer, Phillis continúa llevando sus inseparables gafas.

2 comentarios:

Bárbara dijo...

Gracias por hacerme llorar...Pase lo que pase, no dejemos de contar lo que siempre se ha ocultado. Sólo nombrando se dignifica.Mil besos

Bárbara dijo...

Gracias por hacerme llorar...Pase lo que pase, no dejemos de contar lo que siempre se ha ocultado. Sólo nombrando se dignifica.Mil besos