Me confundo con Madrid, que me brinda sus calles, como juncos entre los que caminar sin temor a ser visto en el atardecer. Me libero por los bares sabiendo que no voy a encontrarte tras la cerveza o las máquinas de tabaco. Paseo por Nuevos Ministerios con una coartada segura. Y sé que tampoco estarás cogiendo el autobús en el que voy. Canto a voces cuando quiero, porque mi voz se confundirá entre sirenas y risas de niños que salen del colegio. Corro como un loco por Santa Engracia para arriba y Fuencarral hacia abajo, confundido entre las motos que zigzaguean. Me ilumino con la sonrisa, sabiendo que puedo parecer una farola más, un escaparate o la hoguera de una obra en invierno.
No me asusta estar tan cerca porque sé que mi presencia se mimetiza con todo lo demás. Y miro a los ojos a los otros sin temor a tropezar con los tuyos en
El Retiro me ofrece su cobijo en cada puesto de helados si es verano y Argumosa apila sus mesas con manteles de hule cuando la paseo, haciendo una trinchera que te aleje de mí. Por eso me quedo tanto rato como puedo; porque me siento seguro y apartado. De incógnito. Con unas eternas gafas oscuras hechas de nidos de paloma, tras las que me parapeto en las estaciones de metro. Lavapiés. Tribunal. Cuatro Caminos. Madrid es mi compañera y mi destino. Estando aquí me siento arropado en las plazas y en las piscinas.
Si merodeas cerca de donde me encuentro, Madrid se hace anochecer rápidamente buscándome protección y anonimato inmediato, mientras camino tranquilo por Corredera Baja o por el Rastro. Por eso me quedo aquí, tan cerca, pero escondido.
1 comentario:
esconderse en la ciudad de dentro...bello texto.
Publicar un comentario